Parece mentira.  Si tengo la impresión de que fue ayer cuando nos dijeron que íbamos a tener un peque en la familia...  Y ya tiene un añito.  Cuando le preguntas a Asier cuántos años tiene, normalmente no te hace el más mínimo caso pero para todo lo demás, saca el dedo índice de cualquiera de las dos manos con una soltura que ni Billy el niño con sus pistolas.  Su abuelo dice que parece Colón de tanto que pasea el dedo...  (Perdonadme, es mi primer resobri y se me cae la baba).  Por supuesto, no me quería perder la ocasión hacerle su primera tarta de cumpleaños.

Pero...  ¿De qué?  Me hubiera gustado preguntárselo pero claro, al ser tan pequeño lo único que le sale es "¡Eh!,  ¡Aaaaaah!. ¡Uh!" junto con un buen repertorio de gestos difíciles de traducir en pastel así que al final decidió su madre (que para eso lo ha parido y su trabajo que le costó) y nos basamos en el que ha sido su peluche favorito por bastante tiempo: este camello mutante de color amarillo cantoso y con lunares rojos del IKEA.

Qué bicho más inestable, por dios.  No había forma de mantenerlo derecho así que opté por no complicarme demasiado la vida y, en lugar de hacerlo en 3D, hacer una tartita más sencilla y modelar el muñeco en fondant.  Pues nada, tampoco había forma de que el modelo se quedara de pie.  Además, con los 38 grados a la sombra que caían el día del cumple, el fondant parecía "blandiblú".  Total, que hubo que tumbar al bicho en cuestión y así fue como quedó.

Seguro que para el año que viene Asier ya sí que podrá decirle a su retía cómo y de qué quiere su tarta, no sólo en cuanto a temática sino también en cuanto a sabores, que el pobre todavía no tiene mucho donde elgir...  Por el momento, no os podéis imaginar las caras que ponía cuando le dieron a probar una miguillas impregnadas de chocolate...  Hacía unos gestos rarísimos pero se relamía que daba gusto. 

 

La tarta era para adultos, claro, un MSC de naranja a la canela con tropezones de chocolate, bañada con almíbar a juego y rellena con una ganache tan chocolatosa que fue partir la tarta y empezó a inundarse todo con un olor a chocolate que daban ganas de salir corriendo para no acabar comiéndosela entera.  Lástima de foto del corte pero lo celebramos en una terraza del barrio y eran como las once de la noche, no había mucha luz que digamos...

 

Tampoco es que el resto de fotos hayan quedado para tirar cohetes, entre la poca luz artificial del salón y el miedo que daba subir la persiana porque parecía que estabas abriendo la puerta de un horno gigante en pleno funcionamiento... Preferimos quedarnos con unas fotos amarillentas que caernos al suelo del golpe de calor.   

Ya espero emocionada la oportunidad de hacer la tarta para el segundo cumpleaños de Asier.