Desde que vi por primera vez esta receta en el blog de "Joy the Baker" (blog que recomiendo a todo el mundo) me quedé con ganas de probar.  Por fin me puse a ello el otro día a pesar de los calores y mereció la pena toooodo el proceso.  Está de vicio y es casero al 100%.  Los sibaritas pueden servirlo con su pizca de sal marina y su copete de nata montada y los más vagos lo pueden comer tal cual que está buenísimo igualmente.  Se puede servir en el vasito, se puede volcar como cualquier flan... Vaya, que ha sido todo un descubrimiento.

Paso a explicar cómo se hace.

Necesitarás los siguientes ingredientes:
1 litro de leche  (o 4 tazas)
6 cucharadas de maizena
2 cucharaditas de esencia de vainilla
1/4 cucharadita de sal marina
1 taza de azúcar
6 cucharadas de agua
Si quieres decorarlo, un poco de sal marina y nata montada.

Separa media taza de leche (unos 120 g) y disuelve en ella la maizena, la esencia de vainilla y la sal.  Reserva.

En un cazo amplio (que te quepa al menos un litro y medio o dos litros porque remover puede ser peligroso) pon la taza de azúcar con las seis cucharadas de agua a fuego vivo.

Al principio apareceran pequeñas burbujas, eso es que el agua se va evaporando.  A medida que pase el tiempo la espuma de burbujas se irá haciendo más espesa y consistente (no sé describirlo de otra forma).

NO LO REMUEVAS.  Resiste la tentación de meter la cuchara (sé que es difícil pero resiste, que tú puedes).  Como mucho, das un meneo al reicipiente pero ni siquiera eso es necesario.  Deja que el agua se vaya evaporando hasta que se forme un caramelo con un bonito color marrón.  Te llevará (a fuego fuerte) entre 8 y 10 minutos o algo así, dependiendo de la superficie del cazo que hayas escogido.

No cedas al impulso de aprovechar el tiempo para hacer otras cosas.  Quédate pegada al fogón porque si te descuidas, el caramelo se te puede quemar y organizarías una buena.

En cuanto tengas el colorcillo de caramelo aparta el cazo del fuego y ve añadiendo poco a poco el resto de la leche.  

Crepitará, chiporroteará, se te cristalizará... Te pasará de todo pero no te asustes, que es normal.  Si echas un poquito, remueves, echas otro poquito, remueves, etc.  Se te irá mezclando la leche con el caramelo y tendrás ya este último prácticamente disuelto cuando termines, pero si echas la leche del tirón, tampoco pasa nada salvo que se te quedará el caramelo hecho un pegotón.  Yo prefiero añadirla poco a poco.  Así este pegotillo que queda no es mucho mayor.

Sea como sea, será difícil que no te quede caramelo sin disolver, sobre todo por el fondo.  Devuelve el cazo al fuego vivo y remueve hasta que el caramelo se disuelva.  Baja el fuego cuando rompa a hervir y mantenlo hirviendo unos 10 minutillos para que el bonito color café con leche vaya oscureciendo un poco y se evapore algo de agua. Ten cuidado al remover porque se te puede quedar la cuchara o la varilla pegada al caramelo y si haces fuerza puedes acabar salpicando todo de leche a caramelada.

Pasados esos 10 minutos, remueve la leche que tenías reservada con la maizena y añádela poco a poco al cazo.  Ojo que esto espesa muy rápidamente.  Sin dejar de mover, deja que cueza un minutillo más.  De inmediato reparte el preparado en los moldes que más te gusten y deja que enfríe.

Si no quieres que se te forme una capa más dura en la superficie, pon un poco de plástico de cocina inmediatamente después de poner la crema en los vasos.

Cuando estén fríos, los metes en la nevera.  Para servir la autora del blog sugiere poner un poco de sal marina por encima y coronar con un poco de nata montada pero puedes servirlos tal cual que están buenísimos también.  Incluso puedes volcarlos, que la textura aguanta perfectamente, y sacarlos a la mesa en sus platitos correspondientes, cuan flanecillos individuales, con la sal y la nata aparte para que cada uno se los ponga como prefiera.  

Y prepárate a hacer reverencias de agradecimiento porque la ovación está asegurada. Están riquísimos, tienen un textura estupenda y más fáciles no pueden ser así que... ea, a la cocina, que merece la pena.